miércoles, 29 de diciembre de 2010

Año de velas

El siguiente es un texto que escribí días después de la masacre en República Cromagnón. Espero que entiendan lo que vivimos esa noche los que tuvimos la mala suerte de estar ahí, pero la suerte de volver a vivir.

Año de velas

La vida sigue, tu mente se estanca
en un recuerdo... en una mirada.
Tu vida cambia, llegás al derrumbe.
Cerrás tus ojos, querés responderte.

Llamadas y llantos en una manzana.
Canjeás tu historia, rezás por otras…
esas que ves y no podes liberar.
Solo te atrapan, los queres salvar.

¿Porqué tu amiga, la muerte, llenó su cielo de nuevos sentidos?
¿Porqué tu amiga, la vida, hundió sus llantos en nuevos sonidos?

Suben y suben las almas al cielo.
Tu caja te llama, sigue con los nombres.
Sentís la esperanza, o el profundo dolor.
Centrás tu atención, no crees lo que ves.
Niños y jovenes, el pobre y el rico.
Sucede de prisa, sin raza, sin color.
Mirás la plaza, desgarra su cara.
Buscas la razón, buscás esperanza.

¿Porqué tu amiga, la blanca muerte, llenó su cielo de nuevos sentidos?
¿Porqué tu enemiga, la oscura vida, hundió sus llantos en nuevos sonidos?

El año está cerca, su noche te come.
Navegás en guardias, viajas sin sentido.
Gritan las listas, rezas por algunas.
Esperás el milagro, el milagro no llega.
Resaltan tus gritos, el pueblo te entiende.
Tenés una foto, prendes una vela.
Llorás su ausencia, rezás por justicia.
El año te espera… con lágrimas de seda.

Christian Julián Iriarte



martes, 14 de diciembre de 2010

Dirás que soy un soñador, pero no soy el único.

“Bien parado, o en la lona, hay que ser buena persona”, reza una banda de rock nacional en un tema en el que el cantante homenajea a su padre, quién le ha inculcado esa premisa. Premisa que, con el correr del tiempo, ha tendido a extinguirse casi por completo. Y, a mi humilde entender, es la desaparición de esta ideología lo que nos lleva a vivir en una sociedad con un ‘ventajismo’ latente, donde es más valorado el que le pisa la cabeza a otra persona y no el que ayuda; es venerado el que rompe la ley, sin importarle las consecuencias que genere en otra persona, y no el que intenta respetar los derechos del otro ser humano. Porque nos olvidamos que nuestros derechos terminan donde empiezan los del otro…

Seguramente, usted lector/a, en este momento piense que es verdad todo lo que he escrito. Perfecto. ¿Pero qué hace usted para generar buenas acciones? ¿En qué ayuda o respeta al que está al lado, sin importarle quién fuera, su color de piel, su religión o su nivel socioeconómico? Es muy probable que usted realmente respete e intente ayudar a la otra persona, y sinceramente lo felicito, porque ya no se encuentran este tipo de personas. Hoy en la calle se ve discriminación, envidia, ira, conflictos, desidia por el respeto, etc. Es decir, una división constante de la sociedad con cualquier tipo de excusa. Por el color, por la religión, porque tiene una camiseta distinta a la mía, porque tiene más o menos dinero, porque es gordo, porque es flaco... por lo que sea, la sociedad se parte en pedazos. ¿Cuándo vamos a entender que todos somos iguales y necesitamos del otro para vivir? ¿Cuándo vamos a entender que hay personas que piensen distinto a lo que pienso yo? ¿Cuándo vamos a entender que al que piensa otra cosa no hay que atacarlo sino escucharlo, aprender, debatir y CRECER, porque eso nos hace progresar como sociedad? ¿Cuándo vamos a aprender que nos falta mucho por conocer, y de todas las personas se puede tomar algo nuevo? ¿Cuándo vamos a aprender a aprender?

No hay caso: cada vez nos encerramos más en lo que pensamos nosotros. Nos mentalizamos en que la opinión del otro será inferior y con menos argumentos que la mía, por más vaga que fuera. Que lo que yo hago, pienso y siento está por encima de lo que otro hace, piensa o siente. Y, así, seguimos generando esa ‘violencia’ con la que se vive hoy en día. No hay paz. No hay tranquilidad. Vayas donde vayas, tenés que cuidar al detalle desde la ropa que te ponés (no vaya a ser que te pongas una camiseta de tu equipo y te cruces con alguien del equipo rival), hasta de cómo y a quién mirás, ya que todo puede generar violencia en la otra persona. Porque, perdón que sea reiterativo, pero ya no se respeta al que piensa distinto.

Respeto… Hoy en día parece una mala palabra. Todos se jactan de hacerlo, y pocos lo realizan. Es como el programa de televisión que nadie afirma que ve, y tiene 50 mil puntos de rating. Es como el político que todos odian, que nadie votó, pero que ganó 3 elecciones. Así es el respeto: nadie lo respeta. Y no sólo hablo del trato con la gente, sino que voy hasta lo más simple, casi intangible, como el no tirar un papel en la calle (para algo hay tachos y, si no los hay, para algo tenemos los bolsillos), el dar el asiento en el colectivo a alguien que lo necesita más que yo, el mantener los viejos –y anhelados- ‘códigos de barrio’ que se tenían décadas atrás, y tantas situaciones más. Pero no, no lo respetamos. “¿Para qué lo voy a tirar el papel en el tacho si la calle está toda sucia? ¿Para qué le voy a dar el asiento a la señora mayor, si el de adelante tampoco se lo dio y es más joven que yo?”, son algunas de las cosas que nos preguntamos en algunas situaciones. ¡Claro! Es muchísimo más simple escudarse con que otro ya realizó esa mala acción a intentar cambiar en algo nosotros. Y si lo pensamos así, nos debemos dar cuenta que tenemos mucho que aprender. Llega un punto en el que hay que producir un cambio, porque sino la sociedad va a ir empeorando, involucionando, y creo que ninguno de nosotros quiere un peor país para las generaciones siguientes, para nuestros hijos, para nuestros nietos, y para los que vengan.

¿Es difícil producir ese cambio? Sí, es excesivamente arduo. Es un trabajo que puede tardar varias generaciones para que se expanda, y que, si en algún momento no lo mantenemos, en pocos años puede fracasar. Pero estamos en una etapa en la historia de nuestra civilización en la que necesitamos llevar adelante un cambio de esta índole, porque vemos que si todo sigue como va, la sociedad que quedará para las siguientes generaciones se irá dividiendo cada vez por más motivos. Motivos que jamás serán valederos para dividir un pueblo, una ciudad, un país, un continente o el planeta en su totalidad. Motivos estúpidos, que sólo el ser humano le da importancia, dejando de lado lo que realmente importa: que todos somos iguales.

Creo que sería productivo que cada uno de nosotros intente generar, por más mínimo que fuere, un cambio en las personas que nos rodean. Enseñemos, ayudemos, motivemos, empecemos. A continuación de cada una de estas cuatro palabras, agréguenle dos más: ‘a respetar’. Y llevémoslo a cabo. Enseñemos a respetar; ayudemos a respetar; motivemos a respetar; empecemos a respetar. Tengamos fe que desde hagamos esto, algo va a cambiar. No tengo dudas.


Christian Julián Iriarte



(La frase del título es de John Lennon)

lunes, 20 de septiembre de 2010

Una guerra personal...

Muchas veces al escribir busco situaciones de la vida que se reflejen con esa que uno a veces vive, siente, piensa o simula. Esta vez, venía manejando y pensaba en algo que lo relacione (¿cuándo no?) con una situación bélica. Pero no con una guerra en sí, sino con los momentos previos que, quizá sin esperarlo, culminan con el inesperado enfrentamiento; con esa alteración al orden natural que venía reinando; con ese período entreguerras que tanto necesita nuestro cuerpo, mente y alma.

Uno siente que está tranquilo, que logró esa armonía perfecta con uno mismo, ese equilibrio entre las partes de un todo. ¿Hubo guerras en el pasado? Claro que sí. ¿Qué resultados obtuvimos? En algunas se pudo ganar, en otras no corrimos la misma suerte y sufrimos la posguerra, pero siempre salimos adelante (sino no estaríamos leyendo esto). Pero el resultado más importante fue lo que esos choques nos provocaron: el crecimiento, la madurez… el aprendizaje.

Después de esos combates, entonces, llega la calma. Es difícil encontrarla eh, pero es en el momento que se logra cuando te sentís completo en todos los aspectos. Que no necesitás de esas guerras internas para valorizarte, para estar bien, para disfrutar lo que vivís (‘Guerra’, se entiende, estoy llamando a esos momentos en los que la cabeza deja de pensar en singular y empieza a pensar en plural). Esos momentos donde realmente no existe ningún conflicto bélico son los que muchos los tomamos para disfrutar y aprender más que nunca, para vivir relajados, para seguir los impulsos. Pero muchas personas toman esos momentos ‘sin guerras’ como algo negativo, depresor, en los que está vacía la vida, que les falta algo. No por endurecer mi corazón, pero, como consejo personal, a éstos últimos les digo que no sufran esos momentos, sino que los aprovechen, ya que si se fuerzan a pensar en dos antes que en uno, la cosa no terminará bien a futuro.

Como siempre me voy por las ramas, ¡qué cosa, che! Jaja. Hablaba de los momentos previos a entrar en una guerra inesperada. Resulta que uno está taaaan tranquilo, que tiene ‘la casa en órden’, (como diría un difunto político democrático), y de la nada, a lo lejos, ve que alguien baja la bandera blanca de tregua y empiezan a caer los primeros misiles. Al principio, pese a que estos ataques nos gustan, nos llenan de miedos, nos asustan. El miedo se da porque uno no sabe cómo va a terminar el conflicto, cuánto tiempo durará y si realmente del otro lado se quiere llevar adelante esta guerra o sólo usan balas de fogueo. Pero la guerra empezó, y nuevamente tambaleamos. Por miedo, por placer, por soñar, por deseo o por lo que sea. Pero tambaleamos.

Como en toda guerra, para obtener la victoria debe imperar la estrategia más que la fuerza. En gran parte van de la mano, okey, pero el objetivo principal es utilizar las fuerzas justas en cada momento, sin exponerse mucho, pero tampoco sin atacar. Es decir, que el objetivo principal es plantear la mejor estrategia. Una vez que la tenemos, hay que actuar en base a ella, convencidos que ganaremos la batalla. Pero el tiempo pasa, y uno nota que, del otro lado, el enemigo posee una estrategia igual o más sólida. Que sabe usar mejor las armas que tiene, que sabe esperar los ataques y replegarse de la mejor forma. Que el rival no es ningún improvisado en el tema y, cuando creíamos que éramos líderes en eso de la estrategia, vemos que todavía nos falta mucho por aprender. Y, lo peor de todo, que al ver esta situación, nos dan más ganas de obtener la victoria. Por un deseo personal, claro, pero también porque la guerra ahora tiene otro gusto, otro color: no es un conflicto más, es EL conflicto.

Esperamos, atacamos, nos defendemos, nos alejamos, nos acercamos… Vamos viendo cuál es la mejor opción y la que nos va dando más resultados. Así le damos para adelante, con el objetivo claro. Pero a veces llega un punto donde el objetivo se vuelve difuso, donde ya no tiene tanto gustito como parecía en un principio. Donde uno ve que en la guerra comienza a quedar uno solo batallando, que el rival hace rato ya se replegó. Que el enemigo tuvo un impulso al desatar el conflicto, pero, en realidad, estaba llevando a cabo otra guerra. Quizá más fuerte, quizá ya la haya ganado o haya perdido, pero del otro lado ya no había fuerzas para llevar a cabo una guerra en nuestra contra. Y nosotros, también, nos damos cuenta que fuimos víctima de un impulso. Que nos motivamos creyendo que sería una hermosa batalla, como verdaderamente hacía rato no teníamos. Pero no, en ese punto pisamos el freno y nos damos cuenta que escuchamos 2 o 3 balazos, y fuimos al ataque con todo el arsenal. Que, si del otro lado hubieran venido bien armados, hubiera sido una hermosa guerra. Pero se dio de otra forma: era dispar la batalla.

Y volvemos a la trinchera. Siempre atentos, porque siempre en las retiradas el rival puede aprovecharse de las defensas bajas y realizar un disparo de nuevo. Pero volvemos, y retomamos el periodo entreguerras que tan tranquilos nos mantiene. Guardamos el arsenal y, definitivamente, recuperamos la paz.

Igualmente, les cuento algo (pero que quede entre nosotros): siempre tengo a mano el chaleco antibalas y un arma, porque uno nunca sabe cuándo se va a desatar otra guerra…



viernes, 20 de agosto de 2010

¿Todavía le tememos al cambio?


Hace rato ya que vengo pensando en la forma en la que actuamos las personas frente a momentos que produzcan una alteración o un atentado contra los pensamientos, límites o paradigmas que nos autoimponemos (eso para mí es el “cambio” en los seres humanos). Convengamos que en la vida diaria, sea rutinaria o no tanto, enfrentamos incontables momentos en los que pasamos por las situaciones antes descriptas. Lo vemos en el trabajo, en casa, en la calle y hasta en nuestro propio interior, con pensamientos o sentimientos que muchas veces se ven alborotados por una palabra o por una acción de otra persona o propia. Pero, ¿a qué le hago caso? ¿A lo que ya tengo pensado y que me hace actuar en base a eso? ¿O a lo que en ese momento me hace dudar, pensar y TEMER?.

¡Qué palabra ‘temer’ ehh! Yo siempre digo que en la vida no se puede andar con miedo. Pensemos en que somos un boxeador, o un soldado en plena guerra. Estamos en una batalla (sea un ring o un campo), sabemos quién es el rival y algo de su estrategia y armamento. ¿Tendremos la cabeza más lúcida si pensamos en que nos derrotarán en breve o si creemos ciegamente que llegaremos a la victoria y ni pensamos en la palabra “derrota”? Obviamente la ‘suerte’ juega como tiene que jugar.
Pero no podemos salir a la batalla pensando en que podemos perder… porque perderemos.

En la vida creo que es igual. Tengo la fiel convicción que si creemos que algo nos saldrá mal, así sucederá. Que si pensamos en negativo al estar ante un cambio que puede tener muchas consecuencias a posteriori en nuestra vida, ese cambio no resultará positivo.
Pero pensando en positivo ¿no estaríamos siendo un poco ciegos también? Otra refutación válida, y no voy a negar que, en lo personal, pienso mucho en positivo. Recién cuando se me pasa el optimismo pasional de los primeros pensamientos, puedo ser un poco más racional. Y creo que aquí es donde entran en juego los impulsos.

Impulsos… ¡cuántas veces les habremos echado la culpa cuando algo salió mal!
¡Y cuántas veces les habremos agradecido porque algo salió bien! Tengo la seguridad de que, a mi entender, no debemos tener un pensamiento oscilante sobre este tema, y que se mueva al son de nuestra conveniencia. Se entiende que echarle la culpa al impulso es una forma de buscar una escapatoria para no asumir la palabra ‘fracaso’ ó ‘derrota’. Pero tenemos, también, que mantener una postura en cuánto a algunos temas y formas de actuar, porque así formamos nuestra verdadera personalidad. Si, mientras sea con respeto, honestidad y sin lastimar a nadie, actuamos impulsivamente: disfrutemosló. Si somos más conservadores y no creemos que los impulsos sean una expresión de deseo real, está bien también: no actuemos por impulsos y listo. Por mi parte, soy muy impulsivo.

Volviendo al tema principal (siempre me voy por las ramas, perdón), sigo buscando una explicación al miedo al cambio. ¿Será porque pensamos que se acercará una inminente crisis? ¿Será porque en el fondo somos conformistas? (no digo pesimistas porque, si leyeron notas anteriores, sabrán que no creo en el pesimismo sino en el conformismo). Podemos tener una idea netamente arraigada,
pero estoy CONVENCIDO de que NO debemos tenerle pánico al cambio, ya que no debemos pensar en el ayer ni en el mañana: debemos pensar en hoy. En lo que queremos en ESTE momento; en lo que nos hace bien en el presente. No temamos por las consecuencias, ya que todo (salvo la muerte) tiene vuelta atrás. Y no temamos a cambiar ese paradigma interno. Pensemos que alguna vez se dejó de creer que la Tierra estaba sobre cuatro elefantes. En que alguna vez se dejó de creer en un sistema de feudos y vasallos. En que alguna vez de dejó de temerle al otro, sólo porque su piel tiene otro color.Pensemos en que alguna vez el ser humano dejó de temerle al cambio.




Ah… ¿eso todavía no pasó?

lunes, 12 de julio de 2010

Nos hicieron creer (repetida).


Hace rato que no tengo tiempo para sentarme a escribir. Ya volverán esos días jaja. Mientras tanto, voy repitiendo textos propios o ajenos que, a mi entender, nos ayudan a pensar las cosas desde otro punto de vista... a abrir un poco la cabeza.

Nos hicieron creer (John Lennon)

“Nos hicieron creer que el “gran amor”, sólo sucede una vez, generalmente antes de los 30 años. No nos contaron que el amor no es accionado, ni llega en un momento determinado.

Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida sólo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en nuestra vida merece cargar en las espaldas, la responsabilidad de completar lo que nos falta. Las personas crecen a través de la gente. Si estamos en buena compañía, es más agradable.

Nos hicieron creer en una fórmula llamada “dos en uno”: dos personas pensando igual, actuando igual, que era eso lo que funcionaba. No nos contaron que eso tiene nombre: anulación. Que sólo siendo individuos con personalidad propia, podremos tener una relación saludable.

Nos hicieron creer que el casamiento es obligatorio y que los deseos fuera de término, deben ser reprimidos. Nos hicieron creer que los lindos y flacos son más amados.

Nos hicieron creer que sólo hay una fórmula para ser feliz, la misma para todos, y los que escapan de ella están condenados a la marginalidad. No nos contaron que estas fórmulas son equivocadas, frustran a las personas, son alienantes, y que podemos intentar otras alternativas.

Ah, tampoco nos dijeron que nadie nos iba a decir todo esto.

Cada uno lo va a tener que descubrir solito. Y ahí, cuando estés muy “enamorado de vos, vas a poder ser muy feliz y te vas a enamorar de alguien”

Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor …

… aunque la violencia, se practica a plena luz del día.

John Lennon



martes, 22 de junio de 2010

Narciso y el lago

Narciso era un hermoso joven que todos los días iba a contemplar su propia belleza en un lago. Estaba tan fascinado consigo mismo que un día, observando su reflejo, cayó dentro del lago y murió ahogado. En el lugar donde cayó nació una flor, a la que llamaron Narciso.


Cuando él murió, vinieron las Oréades -ninfas del bosque-y vieron que el agua dulce del lago se había transformado en lágrimas saladas.
-¿Por qué lloras? -preguntaron las oréades.
-Lloro por Narciso.
-Ah, no nos preocupa que llores por Narciso -continuaron ellas.- Al final de cuentas, a pesar de que todas nosotras siempre corrimos detrás de él por el bosque, tú fuiste el único que tuvo la oportunidad de contemplar de cerca su belleza.
-¿Pero Narciso era bello? -quiso saber el lago.
-¿Quién mejor que tú podría saberlo? -respondieron, sorprendidas, las Oréades. -Al final de cuentas, era en tus márgenes donde él se inclinaba todos los días.
El lago se quedó quieto un momento. Finalmente, dijo:
-Lloro por Narciso, pero jamás había notado que Narciso fuera bello. Lloro por él porque cada vez que él se recostaba en mis márgenes, yo podía ver, en el fondo de sus ojos, mi propia belleza reflejada.


Texto de la mitología griega, con un final de Oscar Wilde.
Gracias por el texto a mi hermana de la vida, http://nanushow.blogspot.com

viernes, 18 de junio de 2010

Podemos volar...

¿Sabés que tenés alas?
¿Sabés que podés volar?
¿Y qué es volar?

Es comenzar por tener un sueño.
Es estar comprometido con los sueños.
Es tener confianza en sí mismo.
Es aceptar lo que no se puede cambiar.

Es saber cambiar el tiempo.
Es volver a empezar.
Es reconocerme en mis logros.
Es reconocer que me equivoqué y pedir perdón.

Es reconocer que detrás de cada acierto puede haber muchos fracasos.
Es enamorarse de lo que uno hace.
Es no postergar y hacer algo ahora.
Es darse cuenta de que estás eligiendo a cada momento.

Es reconocer las propias debilidades y fortalezas.
Es no parar jamás hasta conseguir los sueños.
Es saber con que fin hacemos las cosas.
Es no mirar hacia atras.

Es actuar con entusiasmo.
Es transitar caminos desconocidos.
Es probar hacer algo que nunca hicimos.
Es probar hacer algo de una manera diferente.

Es saber que no estamos solos.
Es no rendirse jamás.
Es disfrutar de cada momento
Es disfrutar del tiempo libre.

Es accionar ya.
Es inventar un nuevo paso de baile cuando el anterior no funciona.
Es pensar en positivo.
Es tener las metas claras.

Es tener perseverancia en la búsqueda que deseas.
Es estar preparado para ver la oportunidad.
Es desarrollar la creatividad.
Es utilizar la imaginación.

Es recomenzar con el mismo entusiasmo.
Es tener la paciencia necesaria.
Es tener claridad en el propósito.
Es dejar una huella para que otros puedan seguirla.

Es arriesgar.
Es hacer cosas nuevas todos los días.


No encontré el autor.
Texto que me pasó Aixa Lietti, una amiga.
¡Gracias Ai!